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julio 14, 2014

La cotidianeidad de la violencia.

Todos los días circulamos entre gritos de periódicos, chiflidos, vendedores y rapiña que tiene ojos diseñados para escanear a cada individuo, dispuestos a declarar cualquier abuso contra otro. Nuestros ojos han enfocado varios momentos que para nuestra realidad ahora es común, pero si no fuera por el sentimiento de incomodidad saltando en la garganta y la pesadez del ambiente los que alertaran al sentido común, no nos daríamos cuenta de que pasa algo fuera de lo normal; luchar con la cosquilla de no asomarse en la vida ajena es tan complicado como soñar que en la televisión de una fonda no sintonicen telenovelas.
            Es así como  se mueve, ver la imagen de un descabezado en los periódicos y gastar menos de diez pesos para conocer el motivo, grabar o ver videos de balaceras, peleas o suicidios es un acto usual  que se  transformó en el nuevo hobby en adolescentes al grado de buscar en los rincones más peligrosos de la red para satisfacer su sed de sangre. Escuchar por las noticias los asaltos, y secuestros se volvió natural, tanto como que las televisoras pelen el tener la exclusiva, la entrevista o la grabación del arresto de una delincuente, sin temer a la integridad mental de su auditorio.
La violencia es  según la RAE “cualquier situación fuera de su estado natural, hecha con ímpetu y fuerza, se hace contra el gusto de uno mismo”; entonces ¿qué es en nuestro contexto algo natural?, escuchar a una mamá jalar a su hijo y amenazarlo con que se lo regalara el señor desconocido que se encuentra justo al frente, solo para que el niño se asuste provocando un lloriqueo ahogado  previniendo que llegue a los dulces oídos de su progenitora, ¿podría ser violento el estado natural del ser humano?
Varios estudios científicos demuestran que un bebé nace sin tener conciencia de lo que ocurre, sabemos que un infante reproduce lo aprendido en el transcurso de sus vivencias, a sus ojos todo lo descrito es normal, en nuestra experiencia lo mencionado es el pan diario, pero exigirle a las generaciones jóvenes tolerancia y paz es pedirle imposible, porque no se los hemos enseñado. Sus mentes giraron entre una pantalla que lo mucho cambiaba el color de la sangre o censuraba imágenes, pero las palabras, esas aún transitan en sus cabezas, penetraron tanto que los valores se resbalaron como la sangre de las víctimas que pasan en la serie de las 11.
En nosotros se encuentra latente el ser violentos pero nadie nos obligó a voltear a ver el cadáver de la esquina o la foto de la revista llena de chismes “sociales”,  ni a los enfrentamientos diarios en el metro a horas pico, solo nos acostumbramos a este estado que dejo se ser violento para transformase en cotidiano.





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